Rojeena Khatun tiene 18 años, vive en uno de los slums de Sigra y, desde hace unas semanas, es una de las artesanas de Semilla para el Cambio.
Cuando era niña, Rojeena recogía basura para ayudar a la economía familiar, mientras muchos de sus amigos de la comunidad iban a la escuela con Semilla. Por eso, en cuanto tuvo ocasión, se apuntó al curso de Alfabetización de adultos y, posteriormente, al de Corte y Confección. “Quería aprender, aunque ya fuera mayor”, nos dice.
Tras completar ambos cursos, fue una de las nuevas artesanas que entraron a trabajar al Taller de Artesanía de la ONG.
¿Por qué decidiste apuntarte al curso de Alfabetización?
Algunas de mis amigas del slum fueron al colegio cuando eran pequeñas, pero yo no. Mis padres no tenían dinero y necesitaban que trabajase con ellos. Hace un año, unas vecinas me dijeron que ellas estaban aprendiendo a leer y a escribir en la ONG y pedí que preguntaran si me podía apuntar. Aunque fuera mayor, quería aprender a leer y a escribir como mis amigas habían hecho en el colegio.
¿Qué es lo que más valoras de lo aprendido en este curso?
Haber tenido la oportunidad de dejar de ser analfabeta. Antes, cuando me daban un periódico por la calle, me lo guardaba y lo llevaba a casa sin abrir. Ahora puedo leer lo que pone y saber lo que pasa en India. Y me gusta. También puedo apuntar notas, leer los carteles de la calle… Vivo más cómodamente.
¿Pensaste alguna vez que entrarías a trabajar en el Taller de Artesanía?
No, porque no pensaba que fuera capaz de coser algo que pudiera gustar a otras personas. Me apunté porque quería aprender a arreglar mi ropa y la de mi familia, cuando se hacen agujeros, o poder crear mis prendas algún día. Después me di cuenta de que coser es algo muy bonito y me gusta mucho.
¿Qué sentiste cuando te propusieron ser artesana?
Me puse muy contenta porque sabía que ese trabajo me iba a gustar y, además, iba a ganar un sueldo para mí y para ayudar a mi familia. Pero también me dio un poco de miedo porque nunca había hecho nada parecido.
Mis compañeras son muy buenas personas y los primeros días me ayudaron mucho a aprender a hacer los productos. Ahora trabajamos todas juntas y estoy muy feliz.
¿Qué opina tu familia sobre el trabajo que haces en la ONG?
Están contentos. A mi madre le gusta que venga aquí. Dice que es una buena oportunidad porque, si no me hubiera apuntado a los talleres, seguiría en casa y trabajando como cuando era pequeña. A veces, también ayudo a mis padres con algunos documentos o papeles del médico que tienen que leer.
¿Cómo te ves en unos años?
Cuando tenga unos ahorros, me gustaría comprarme una máquina de coser y, en el futuro, poder trabajar cosiendo para otras personas. Es un trabajo que me gusta y quiero seguir aprendiendo. He tenido mucha suerte de entrar aquí [al taller de Artesanía] porque aprendo todos los días de mis compañeras.